Visitación Mozo Mariño
Visitación Mozo nació en 1928 en La Coruña. Hija de militar, su familia se trasladó a Tetuán, donde pasó la primera parte de su vida. Allí se formó, hizo la primera comunión y pasó su infancia, adolescencia y juventud.
«Como parte de su familia trabajaba en medios de comunicación, tanto en radio como en prensa escrita, mi madre empezó a colaborar con un periódico atendiendo teletipos y redactando algunas noticias», nos cuenta su hija, Isabel Pomares.
En Tetuán conoció al que sería su marido, Aurelio Pomares, mecánico de aviones. Y allí nació Isabel. «Entonces llegó el final del Protectorado, cuando tantos españoles nos fuimos de Marruecos». A comienzos de los 60, la familia se instaló en Gran Canaria, a donde Aurelio fue destinado por su trabajo.
Visitación se convirtió en ama de casa y en Canarias nació su segundo hijo, que terminaría viviendo en Grecia, convertido en profesor de español. «Tras quedar viuda, en el año 2000, cuando a mí me surgió la posibilidad de vivir en Granada, mi madre se vino conmigo. La oportunidad de vivir en una ciudad tan maravillosa como ésta le emocionaba, aunque también hemos conocido la malafollá granaína…», bromea Ana.
Visitación siempre fue una persona muy familiar. Le gustaba mucho la Navidad y adornar la casa con globos y banderas. Alegre y vitalista, fue coqueta hasta el final. Le gustaba vestir ropa de colores luminosos, pintarse los labios y disfrutar de la vida.
«Siempre he pensado que mi madre pudo hacer mucho más de lo que las circunstancias le permitieron, que quiso vivir más de lo que sus padres le ofrecieron, como pasó con tantas mujeres de su época», señala Isabel, quien recuerda lo mucho que le gustaba el arte, la literatura y la música. «Siempre tenía música cerca». También le encantaba viajar. A Grecia, a visitar a su hijo, enamorada de sus islas. De vuelta a las Canarias, por supuesto. Y una vez instalada en Granada, por toda Andalucía. Y también a Madrid.
«Le gustaba celebrar fiestas con su hermana, que ahora tiene 97 años. Cualquier reunión familiar con jaleo le encantaba y le daba la oportunidad de dar palmas. También le gustaba hacerse fotos», recuerda Isabel, que transmite esa alegría del vivir heredada de su madre.
